Confirmado: Alberto no tiene remedio
En el mundo de la salud, la noticia más importante del verano se conoció a fines de diciembre: Alberto Fernández había decidido no tomarse vacaciones. Eminencias de la medicina, investigadores y académicos plantearon desde el primer momento, en reservados conciliábulos, los riesgos que implicaba para el país que este buen hombre no descansara. Algunos hablaron incluso de una nueva patología, la albertitis, agotamiento que deriva en niveles críticos de desinhibición y torpeza. “En el mejor escenario, va a decir pavadas –diagnosticó un prestigioso neurólogo al tanto de la historia clínica del Presidente–. En el peor, va a hacer locuras”. Otro profesional, experto en cuestiones de la psiquis, sostuvo que ese agotamiento no es físico (su reloj digital registra largos períodos de inactividad), sino intelectual: “El ejercicio de pensar se le ha vuelto muy cuesta arriba”. Cundió la alarma entre sus más estrechos colaboradores, al punto de que en los chats entre ellos las iniciales AF pasaron a significar otra cosa: afección fulera; ahora las usan indistintamente. El 31 a las 12 de la noche, después del brindis, uno se animó y con mucha prudencia le hizo ver lo bien que le vendrían unos días panza arriba en la residencia de Chapadmalal. La respuesta lo dejó perturbado: “Ni de locos. Este verano me he propuesto ser presidente”.
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